martes, 23 de diciembre de 2008

LUGARES COMUNES

Yo ya no entiendo. Vengo con el dinero dispuesto a entregarlo y me despiden... con las manos llenas.
Cierran las puertas en mis narices.
El guardia habla conmigo, con los otros a través de una hendija junto a la entrada principal. Uno a uno nos va despachando. Ni siquiera amaga abrir. Nos despide sin saludarnos antes.
En la vereda amontonamos perplejidades. Quejas, muchas quejas... impotencia. Maldiciones, insultos; pobre tipo, en fin, cumple ordenes y se la lleva de arriba, mientras los de arriba, ni se enteran lo que abajo sucede.
Espero un instante, me pregunto qué y hablo con algunos, escucho... Los que pasan miran; los que llegan interrogan, quieren saber si está abierto. Algunos se van con un siempre es lo mismo. Yo los miro pensando veterana de estas lides esa mujer, mientras mezclo mi cara con la de los otros que se asombran por primera vez. Reniego un poco. Sonrío por fuera (es que la procesión va por dentro). Con los dedos extendidos en el profundo bolsillo certifico que todo siga igual, y a resguardo. Me voy mientras escucho por enésima oportunidad la frase que ya carece de todo sentido y que tampoco explica nada: no hay sistema.



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